Carlos Pucheta
PRÓLOGO
Allí, en la histórica capilla de La Merced del Arroyito -cuyos primeros muros fueron levantados por José Ignacio Urquía desde 1778 -se casaron mis padres; allí fui bautizado yo y mis hermanos; allí "escuché" mi vocación más personal. Aquí mi infancia se fundió con un paisaje y un lugar geográfico que sigue siendo mi paisaje y mi lugar interior. Por eso, frente a estos sesenta y cinco nombres me he puesto a pensar, sobre todo frente al de algunos que alcancé a conocer y muy especialmente frente auno de ellos que tanto amé y que llevo siempre en mi corazón.
El libro da que pensar: ¿Qué sentido tienen estas historias que están vivas tras los sesenta y cinco nombres? ¿Qué mueve a una comunidad humana a perpetuar estos nombres en sus calles? .
Si se medita un momento, se verá que existen motivos muy profundos. Ante todo, sea por nacimiento ( como es mi caso ), sea por el injerto de extranjeros en la savia de la tierra tiyana, todos, uno por uno, han descubierto la realidad desde aquí. Como yo mismo que, siendo muy niño, corriendo por esos campos me preguntaba ¿quién soy yo? ¿por qué existo? . Estas preguntas infantiles, precisamente por serIo, son las más profundas y más dificiles de responder en verdad, yo no sabía que estas preguntas eran afirmacíones implícitas porque esta geografia tiyana me constituía, como a cada uno de los demás; porque estas preguntas, formuladas en el tiempo, implican todo el pasado y presente históricos. Cada uno de esos nombres trae consigo ( directamente los antiguos criollos, por injerto vital los más nuevos) la tradición nacional desde el descubrimiento, la conquista y la evangelización hasta hoy: esa tradición que aprendí a amar en las aulas de la escuela General Paz. Cuando recorro estos sesenta y cinco nombres, reconozco en cada una de las historias personales, la historia del país; puede afirmarse, por eso, que conocer y amar estas pequeñas historias es, al mismo tiempo, conocer y amar lo esencial de la Argentina. Cada paraje, cada villa, cada pueblo, cada ciudad, supone todo el tiempo histórico y toda la riqueza humana de un país. Cada uno, como cada nombre, concentra la tradición y la expresa de diversos modos en la unidad de la patria criolla. Todas las virtudes, todas las pasiones, todas las avenencias y desavenencias, todas las luchas. alegrías y sufrimientos, se sintetizan en una suerte de cuerpo vivo -nuestra comunidad- que se orienta al mismo fin que es el bien del todo.
Por eso lo amamos. Por eso amamos nuestra ciudad, porque su historia local es, en cierto modo, la historia nacional. Y así como no existe lo universal sin lo singular, del mismo modo puedo decir que yo no amaría ni serviría a la Argentina, si no amara y no sirviera a mi pago tiyano.
Tal es el sentido inmediato sugerido por estos sesenta y cinco nombres. Después, vendrán otros.
Córdoba, 13.12.2000
Alberto Caturelli